No esta noche, Josefina
en la fuerza de un ejército, allí
yace el desenlace
desde aquí me persigues
junto al Sena, oh, tan hermoso
sólo para no ser de provecho –
imposible
Tan extraña, la victoria
1200 chapiteles,
el único sonido, Moscú ardiendo
vacío como las Tullerías (1)
Viena parece como un sueño,
sólo para no ser de provecho –
imposible
En el último extremo – avanzar
o no avanzar, te escucho reír
y todavía me estás llamando
no esta noche, no esta noche
Josefina
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(1) Se refiere al Palacio de
las Tullerías, palacio real situado en el centro de París y que fue
destruido por un incendio provocado en 1871, al llegar a su fin la Comuna de
París.
María Josefina Rosa Tascher de la Pagerie (1763-1814), vizcondesa
de Beauharnais, más conocida como Josefina
Bonaparte, fue la primera esposa de Napoleón, con quien se casó en las
Tullerías en 1796, así como la primera emperatriz del Primer Imperio Francés.
De origen criollo, nacida en la Isla de la Martinica en las Antillas, su primer esposo había sido decapitado al final del Reinado del Terror durante la Revolución Francesa. A través
de su nieto Napoleón III, de ella descienden directamente las actuales familias reales de
Grecia, Suecia, Bélgica, Luxemburgo, Liechtenstein, Dinamarca, Mónaco y
Noruega.
La unió a Napoléon un extraño
amor, tempestuoso, inconstante e inolvidable, que no se extinguió ni siquiera
después de su divorcio en 1810. Nos quedan numerosas cartas que él le enviaba
mientras estaba lejos en campaña militar; de puño y letra de Josefina, en cambio,
se conservan muy pocas. Copiamos aquí dos cartas enviadas a Josefina por uno de
los hombres más poderosos de la historia, dos huellas de una vieja pasión que
inspiró a Tori este tema.
Siete horas de la mañana, me despierto lleno de ti.
Tu retrato, el recuerdo de la embriagadora velada de ayer no dieron
reposo a mis sentimientos. Dulce e incomparable Josefina, qué efecto haces
sobre mi corazón. Si te enojas, si te veo triste, si estás inquieta, mi alma se
quiebra de dolor y ya no hay paz para tu amigo.
Pues tampoco la hay cuando entregándome a los profundos sentimientos
que me dominan, bebo en tus labios, en tu corazón, una llama que me abrasa.
Anoche, Josefina, ¡ah, fue por cierto anoche! me di cabalmente cuenta
de que tu retrato no dice la verdad.
Partes al mediodía. Te veré dentro de tres horas. Entre tanto, mio
dolce amor, recibe mil besos míos, pero no me los devuelvas, porque hacen arder
mi sangre.
Napoleón
1795
Te escribo, mi buena amiga, muy frecuentemente, y tú poco. Eres mala y
fea, muy fea, tanto como voluble. Es una perfidia engañar a un pobre marido, a
un rendido amante. ¿Debe él perder su derecho por estar lejos, cargado de
trabajos, de fatigas y de pena? Sin Josefina, sin la seguridad de su amor, ¿qué
le resta en el mundo? ¿Qué hará?
Tuvimos ayer una acción muy sangrienta; el enemigo tuvo muchas bajas y
fue completamente batido.
Tomamos el arrabal de Mantua.
Adiós, adorable Josefina; una de estas noches las puertas se abrirán
con estrépito; como un loco me arrojaré en tus brazos. Mil amorosos besos.
Napoleón
1796
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